Otro ladrillo en la pared. Otra barrera que divide espacios. Más ladrillos. Estructuras rígidas, de contención. Paredes elevadas de carga, de seguridad… por muchas causas se levanta un muro. Pero pocos se convierten en un emblema espiritual.
“Experimentar aflicción, pena o disgusto por algo”: lamentar
“Expresar con palabras o sonidos la aflicción que se siente por una pena o contrariedad, o por un dolor físico”: lamentarse.
Estas son las definiciones que recoge nuestro diccionario.
Pero yo le puedo asegurar que existe ese muro sagrado donde cualquier gran definición del lamento se vuelve indescifrable para el alma del ser humano. Cualquier persona, de cualquier cultura o etnia frente a esta barrera, a esta estructura, no es capaz más que sentirse pequeño y mirar esos ladrillos con unos ojos que se llenan de lágrimas.
Se trata de unos metros cargados de historia e historias.
La historia nos lleva hasta las épocas de Herodes el Grande y Agripa II. Es uno de los cuatro muros de contención construidos alrededor del Monte Moriá para ampliar la explanada del Templo de Jerusalem. El emperador Vespasiano mandó destruir el Templo, solo quedó un muro en pie. Sería el general romano Tito quién dejó ese vestigio erguido como recuerdo amargo de los vencedores para la población hebrea vencida.
Las historias son más extensas. Son unipersonales, únicas, exclusivas. Cada papel dentro de cada grieta de ese muro guarda tanta ternura, busca tanta esperanza; escruta respuestas, pide ayuda, da confianza… son un paraíso para la fe.
Los judíos llevan más de dos mil años rezando frente al Kotel. Los mismos llevan los musulmanes, ellos le llaman “muro de Buraq”. Todos decimos Muro de las Lamentaciones.
Las suplicas frente a esa pared no necesitan boato, relumbrón ni oropeles. Solo necesidad de ver y sentir; de comunicar y esperar. Nadie precisa de nada. Se obliga uno a sí mismo.
Apremian en su corazón demandas ocultas, que escribe en un papel y deja al cobijo de sus piedras. Papelitos que se consideran objetos sagrados que no pueden ser destruidos y que pasados dos años se entierran en el Monte de los Olivos.
Si pueden en algún momento de su vida situarse frente a este Muro, vivirán una experiencia aislante del entorno. Por unos instantes se acordará de Ortega y Gasset “soy yo y mis circunstancias”. Luego seguirá ruta, conocerá otros lugares, tendrá otras citas. Pero al cabo de un tiempo, sin saber porque, recordará esa pared y sus mudos quejidos como un ensayo vital. Será un pequeño tesoro que no explicará nunca con las palabras justas para hacer entender a otro lo que es una pared llena de fe y devoción.
El Muro de las Lamentaciones siempre en el corazón.
Purificación Gómez Valero