No podemos, ni debemos, a la hora de contemplar un "paso" de la Semana Santa, quedarnos en el mero acto de centrarnos en una "simple" obra a la que admiramos por sus valores formales. Hay algo más en lo que hemos de profundizar. Es el mensaje que emite la misma. El gran conjunto escultórico denominado como el "Hombre Nuevo", de la Cofradía del Santo Sepulcro Esperanza de la Vida, formalmente es un grupo muy correcto, hasta si se quiere magníficamente concebido.
Viene de la mano de un buen escultor, muy reconocido en estos temas, es Vicente Marín Morte, artífice de una buena ganada fama proveniente de las tierras de La Mancha, cuyos valores se acentúan con los pinceles de Miguel de la Colina Botello.
El conjunto presidido por una imagen blanquísima de Cristo, casi flotante, con cuerpo semidesnudo, solo cubierto en parte por amplio manto descansa sobre elementos afincados en la Antigua Ley: las Tablas del Decálogo y la lira davídica. Él como Nueva Alianza, triunfante con la Cruz, emerge en nueva vida. Tras la figura de Jesús, tres personajes de carácter casi andrógino surgen de un tronco común y en posición ascendente uno porta una vasija, otro un cirio y el tercero muestra el fuego. Hasta aquí, la descripción de estos cuatro personajes. Todo un dechado de perfección para ser admirado en la tarde-noche de un Sábado Santo.
Las formas, por tanto, son las correctas, pero éstas están en función de un contenido, que no es otro que la razón de ser de una Semana Santa, donde al sentido trágico que la caracteriza se incorpora su fin que es el mensaje del triunfo de la Resurreción. Este Hombre es "nuevo". En palabras de Felipe F. Ramos este calificativo singular: Se lo debemos al apóstol Pablo. Frente al hombre "viejo" - que somos todos - al que se debate en medio de dificultades casi insalvables para lograr sus auténtica promoción humana, aparece el hombre "nuevo", enriquecido con la presencia de la realidad sobrehumana que le asocia al Hombre Nuevo.
La presencia en este grupo de los tres elementos de fuego, luz y agua son circunstanciales a la tarde noche litúrgica del Sábado de Gloria que se abre con la bendición del fuego nuevo: es el fuego de la claridad de Cristo que ha de inflamar las almas de sus fieles que han de alcanzar la perpetua claridad. La Luz,como definición del propio Cristo: Yo soy la Luz del mundo, es la que disipa las tinieblas del corazón y de la mente humana. El Cirio encendido, que arde sin desfallecer para disipar la oscuridad de la noche, por tanto, es la propia luz resplandeciente de Cristo, y por último el agua, sin la cual no existe la vida, puerta de acceso al cristiano en el bautismo a la que se alienta esa noche en forma de cruz con las siguientes palabras: bendice con tu boca estas aguas puras, para que además de la virtud natural que tienen para lavar los cuerpos, sean también eficaces para purificar las almas.
Fernando Llamazares Rodriguez